UTOPÍAS LIMITADAS

martes, 19 de agosto de 2008

Fue Rousseau en la introducción del Emilio que observó que todos los “realistas”, enemigos de la utopía (si bien no utiliza este término), adoptando la excusa de querer adherir exclusivamente a lo que es “realizable”, acaban defendiendo “lo que se hace”.

“Proponed lo que es factible, me dicen en cada momento. Es lo mismo que si me dijeran: proponed que se haga lo que ahora se hace o, por lo menos, algo bueno compaginable con lo malo existente. En ciertas materias eso es menos práctico que lo por mi propuesto: con esa alianza se echa a perder el bien y no se cura el mal."

En su ensayo “La arquitectura de la Utopía” Colin Rowe nos advertía de que si bien “la utopía y la imagen de la ciudad son inseparables”, cuando la utopía pretende realizarse (como el caso de la ciudad renacentista de Palmanova, pero también en el caso del Campidoglio en Roma, en la plaza de Vosges en París o en el Covent Garden de Londres) ocurre algo por lo menos irónico, es decir que la utopía se hace cada vez más comprometida porqué en el fondo se hace cada vez más aceptable. A partir de la definición de utopías expresada por el sociólogo alemán Kart Mannheim en 1936, “orientaciones que trascienden la realidad…que, cuando pasan a efectuarse, tienden a quebrar, parcial o totalmente, el orden de cosas imperante”, Rowe nos sugiere un camino para superar el binomio entre utopía y pensamiento clásico, en el que la utopía es algo óptimo, ideal por ello inmutable y por lo tanto una condición última.
Para ello hay que asumir una posición escéptica frente al binomio entre progresismo (es decir utopía como meta dinámica de progreso social) y clasicismo. Si la Utopía adquiere un potencial coercitivo como nos indica Popper, es decir en la medida en que implica una sociedad o un proyecto planificado y hermético y consecuentemente lleva a la supresión de la diversidad, de la tolerancia, este valor coercitivo puede convertirse, como señala Rowe, en un “almacén de ideas” del “bien general”, quizás minimizando su contraste con la necesidad de emancipación social y de la libertad.
Nos quedaríamos entonces con el dilema entre libertad y utopía, con una “libertad que depende de la utopía y la utopía que siempre actúa para limitar la libertad”. Un dilema que según Rowe nos puede llevar hacia alguna “utopía limitada”, adoptada como mecanismo heurístico, “como imagen imperfecta de la sociedad óptima”. El método heurístico, popularizado por el matemático G. Pólya, consiste precisamente en esto, un proceso reiterativo en el que cuando no encuentras la solución, haces como si la tuvieras y miras que puedes deducir de ella razonando hacia atrás.
Esta forma de razonar nos permite volver a mirar a la ciudad actual y a reconsiderar el valor de la utopía como herramienta de proyecto, es decir como instrumento que nos permite delinear metáforas y escenarios de mejora frente a los “males concretos” de los que hablaba Popper.
La utopía puede convertirse entonces en un mecanismo abstracto de “descubrimiento”, un mecanismo que a pesar de su aparente estanqueidad y inmovilidad permite superar los mecanismos de gestión y proyecto de la ciudad moderna (basados en una cronología convencional de diagnóstico, identificación de necesidades y elaboración de un plan final) para convertirse en un instrumento operativo para la gestión y el proyecto de la ciudad contemporánea. F. Ascher, señala como uno de los principios del nuevo urbanismo este cambio de una planificación convencional a un programa con objetivos a largo plazo a los que nos aproximamos mediante un proceso heurístico e iterativo. Como indica el urbanista francés, se trata de “dar prioridad a los objetivos frente a los medios”.
El “almacén de ideas” utópico nos debería servir para perfilar estos objetivos avanzando más allá de las restricciones contingentes, de medios y de pensamiento, elaborar modelos y formular experimentos.
Sobre la “utopía experimental” ya había escrito H. Lefebvre en “El derecho a la ciudad”, para él “La utopía debería ser considerada experimentalmente, estudiando sus implicaciones y consecuencias en el campo. Podrían sorprendernos.”
En el marco de un discurso crítico sobre la sociedad del consumo y sobre la incapacidad del urbanismo de superar las ideologías dominantes y de dar cabida a otras necesidades y deseos de la sociedad como la creatividad, la imaginación y el juego, se pregunta Lefebvre “¿Cuáles son y cuales serán los lugares socialmente exitosos? ¿Cómo podemos identificarlos? ¿Según cuales criterios? ¿Qué formas de tiempos, que ritmos de vida diaria se inscriben en ellos, se graban y se codifican en estos lugares “exitosos”, es decir lugares que conducen a la felicidad?”. El proyecto “utópico” se convierte así en un proyecto de reforma urbana donde las formas posibles de tiempo y espacio “deben de ser inventadas y propuestas a la praxis”. En estos proyectos la imaginación que hay que fomentar es aquella de la apropiación (del espacio, del tiempo, de la actividad fisiológica y del deseo) y no aquella que promueve la fuga y la evasión de la ciudad. Como sugiere Lefebvre, en estas propuestas utópicas, que hay que desarrollar sin preocuparse de si se pueden realizar o no, hay que incluir ideas para “nuevos modos de vida, formas de vivir la ciudad y formas para su desarrollo”. La utopía urbana se trasforma en un escenario posible que a partir de la realidad nos ofrece un contexto diferente donde ejercer el “derecho a la ciudad” entendido como derecho a una vida urbana trasformada y renovada.

Más recientemente Felix Guattari avanza la propuesta “ecosófica” (neologismo creado por el autor con el que se indica una “concatenación de la ecología ambiental, de la científica, de la económica, de la urbana y de las ecologías sociales y mentales”) de una vida urbana basada en una “ética y política de la diversidad”, en un “dissensus creativo” y en la “responsabilidad delante de la diferencia y alteridad”.
Esta “nueva” vida supera las limitaciones de la economía del beneficio y del neoliberalismo y “da paso a un nuevo tipo de desarrollo cualitativo que rehabilite la singularidad y la complejidad de los objetos del deseo humano”. Hay en estas palabras un eco del discurso de Lefebvre si bien esta nueva perspectiva supera el trasfondo marxista de lucha de clases sobre el que se asentaba el anterior.
La propuesta - ¿utópica? - de Guattari arranca desde un redespliegue de valores desde abajo, desde las relaciones interpersonales, desde las prácticas cotidianas, personales, familiares, de vecindad y de allí hacia arriba hasta llegar a los “retos geopolíticos y ecológicos del planeta”. Como puntualiza el autor no se trata de volver a concepciones espontaneistas o de autogestión simplista, no se trata de “cambiar la vida” como en la contracultura de los años 1960 sino de “cambiar la manera de hacer urbanismo, educación, psiquiatría y política”. La nueva perspectiva es la de regenerar la sociedad a través de una experimentación social que “conduzca a una evaluación y reapropiación colectiva y que enriquezca la subjetividad individual y colectiva”, superando el reduccionismo y el serialismo dominantes del sistema actual. “Reconquistar la mirada de la infancia y de la poesía en sustitución de la óptica seca y ciega al sentido de la vida del experto y el tecnócrata”. En el trasfondo existe una preocupación por seguir haciendo habitable nuestras ciudades en una “partida” en la que juegan tanto la humanidad como la biosfera, sociedad, cultura y límites ecológicos.
El reto que plantea Guattari a arquitectos y urbanistas es nada menos que el de “guiar mediante el dibujo y el diseño las decisivas bifurcaciones del destino de la ciudad subjetiva”, ciudad que es portadora de funciones subjetivas, de “objetidades-subjetidades parciales”. Arquitectura y urbanismo se convierten así en “cartografías multidimensionales de la producción de subjetividad”. Una subjetividad que nos debería permitir huir de un “nomadismo falso” que “nos deja allí donde estábamos, en el vacío de la modernidad exangüe” y que en cambio nos permite “acceder a las líneas de fuga del deseo”.

¿Como imaginar entonces una utopía urbana que alimente con sus espacios, con su estética y con su infraestructura material esta ciudad “subjetiva” de nuevas relaciones sociales, de prácticas renovadas de relación con la biosfera, de proyectos vitales más creativos y menos pasivos? Una ciudad “utopía experimental” como herramienta de trabajo como sugería Lefebvre y en la que estudiar como afirma Guattari “nuevos modos de vida doméstica, nuevas práctica de vecindad, educativas, culturales, deportivas, de atención a la infancia, a las personas mayores, a los enfermos, etc...”
El proyecto renovador que subyace a una propuesta utópica urbana y en particular la revolución “molecular” (es decir desde la subjetividad individual y colectiva de un lugar) que propone Guattari puede encontrar un hilo conductor en la búsqueda de una nueva “habitabilidad urbana”, otra forma de vivir el espacio urbano. Lo que parece atractivo es aquí no solamente el escenario final en el que las prácticas sociales e individuales se ven finalmente revitalizadas sino también experimentar como las trasformaciones físicas sobre la ciudad existente pueden corroborar este cambio. Se trata de ganar sitio para proponer mutaciones espaciales e infraestructurales de suficiente calado como para despertar una nueva atención sobre lo real y lo existente superando así la “evidencia” de lo real como explica La Cecla parafraseando a Levi-Strauss.
Las “utopías limitadas” de Rowe deberían por una lado romper el cerco coercitivo y limitante propio de una sola visión utópica y a la vez tener la capacidad de remover aquella representación y organización implícita que construimos en los lugares que habitamos. Afirma La Cecla que en un mundo en el que “buena parte de las relaciones están mediadas por aparatos electrónicos” y donde “lo real pierde corporeidad” (y en una perspectiva ecosófica podríamos añadir además que el “sustento” energético de nuestro modo de vida está igualmente “oculto”, no sabemos de donde viene lo que comemos, tampoco nos preocupamos de donde sale la energía que gastamos, etc...), la sensorialidad espacial tiene cada vez menos importancia y con ella la capacidad de “hacer propio” el espacio donde habitamos. Como indica el antropólogo italiano, creemos poder obviar esta capacidad pero en realidad más que renunciar del todo a ella simplemente la removemos.
En un proceso opuesto al que menciona La Cecla cuando nos recuerda que Rilke proponía salvar lo visible (es decir lo físico que es íntimamente ligado al habitar de un lugar, en este caso Praga) haciéndolo invisible (es decir interiorizándolo), las propuestas utópicas pueden ayudarnos a volver a desvelar lo invisible, es decir aquella geografía de espacios que es nuestra capacidad (o incapacidad) de habitar, trastocando, alterando, jugando aparentemente con lo visible, con el espacio concreto que habitamos. La utopía "hibrida" (en referencia a unos de los "prototipos" utópicos que cuelgan provisionalmente en el wunderkammer) , aplicada sobre un contexto reconocible de la ciudad existente quizás pueda servir para sacar de su limbo nuestras prácticas del habitar y revelarnos nuevos limites, nuevos objetivos y nuevas relaciones sociales.

[Referencias: Ascher, F., Los nuevos principios del urbanismo, Alianza Editorial, Madrid, 2004; Guattari, F., “Prácticas ecosóficas y restauración de la ciudad subjetiva”, en Quaderns 238, COAC, Barcelona, 2003; La Cecla, F., Mente Locale, Eléuthera, Milán, 1993; Lefebvre, H. “The right to the City”, en Architecture Culture 1943-1968, a documentary anthology, Columbia books of architecture, Rizzoli, New York, 2005 (1993); Rowe, C., “La arquitectura de la utopia”, en Manierismo y arquitectura moderna y otros ensayo, GG, Barcelona, 2000]

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